Autor de la entrada: Alberto F. Traversa (La ALACENA Roja) Fotos: La ALACENA Roja y A Pita Cega.
La magia no siempre es esa profesión que unos pocos saben desarrollar
a través de sus habilidades de comunicación, sus destrezas gestuales o la
rapidez de sus manos. También es como un don nato que, ciertamente invisible a
los ojos, se palpa en cada palabra, en cada movimiento de quien la posee. Y si
la escenografía del lugar es propicia, esos momentos se transforman en únicos.
De las 30 hectáreas de finca solo 4 se dedican integramente a la viticultura |
Todas estas sensaciones pudimos compartirlas con Kike, de La Alacena
Roja, cuando lo que iba a ser una visita a Pilar, hacedora de uno de los vinos
gallegos más singulares del momento, A Pita Cega, se convirtió en un
descubrimiento personal de esos que nos gratifican con la vida.
No vamos a detenernos en alabar las bondades de este vino cuya fama ya
se han encargado de apuntar mejores críticos especializados que quien esto
escribe y con razones suficientes para ello. Otro motivo para el asombro puesto
que se trata de un vino poco conocido, con una producción tan corta que en su
primera cosecha (2011) apenas salieron al mercado cinco mil botellas. Mala cosa
para el marketing, pensamos, pero con el correr de la tarde, el desandar por
las plantaciones de Albariño y Treixadura, donde las viñas aprenden a
sobrevivir a pura fuerza de la naturaleza sobre un suelo granítico casi
imposible, empezamos a entender el porqué…
Racimo de Treixadura |
Porque en este rincón del paraíso ourensano no existen las prisas,
porque para Pilar, la coqueta enóloga que prefiere que sea este zumo de uvas
exquisito el protagonista, la palabra ‘mercados’ apenas tiene importancia,
porque con su natural sencillez no se siente atada a las reglas del común
denominador de la comercialización. “Esto es lo que hay, cuatro hectáreas de
viñedos que dan lo que dan”, expresa con una mueca de tranquila satisfacción.
Pilar nos cuenta de su gran descubrimiento, la viticultura
biodinámica, la otra cara de la moneda de la viticultura convencional. “La
diferencia ya se aprecia en el lenguaje de cada una de estas formas de hacer el
vino. En la convencional se habla en términos de guerra, fungicidas,
plaguicidas, etc. En la biodinámica todo se determina por la armonía del
conjunto. La viticultura biodinámica es integradora. La clave es la
biodiversidad”, explica, mientras nos muestra con orgullo cómo prosperan sus primeros
injertos a pesar de la rudeza del suelo.
Malagueña de nacimiento, nos confiesa que el mismo día que llegó a
estas tierras, una mañana gris de invierno, se enamoró del lugar. “Aquí quiero
vivir y morir”, le dijo sin titubear a su marido.
Y desde esta atalaya (estado o posición desde la que se aprecia bien
una verdad) comenzó a edificar un sueño que hoy tiene nombre propio, A Pita
Cega, aún sin saber ni intuir el resultado final. “De ahí el nombre, que
proviene del juego de niños pero que además tiene que ver con este proyecto que
se hizo un poco a ciegas”, apunta risueña.
Pilar aprovecha este paseo entre las viñas para arrancar algunas hojas
que quitan luz a algún racimo. “La cepa es una planta sufridora y no se trata
de un milagro que éstas puedan sobrevivir en este terreno... La planta busca la
vía para obtener el agua que necesita y al final la consigue. Por eso, porque
estoy convencida de que la naturaleza nos proporciona todo, aquí ni siquiera
tenemos goteo en las viñas”.
Entre tanto andar sería injusto no hacer una alabanza a los olores.
Toda la finca huele a hierbas aromáticas. Tomillo, lavanda, manzanilla, menta…,
que crecen a los laterales de los viñedos y que nos llevan a recuerdos de
jardines de nuestra infancia. Aunque la existencia de tanta naturaleza también
tiene un porqué. Pilar es una gran gastrónoma, de hecho tiene un blog (Canela
Molida) con más de doscientas recetas. “Pero lo que me apasiona son las masas”,
reconoce mordiéndose un labio. “Hubo un tiempo donde me llamaban señoras a todas
horas pidiéndome que las ayudara con la masa que tenían en el horno, que no se
le levantaba o cosas así”, comenta con cierta añoranza, ya que ahora sus
viñedos y el vino ocupan casi todo su tiempo, además de una familia algo
numerosa.
Pasamos por delante de su gallinero (donde conviven también con sus
parientes lejanos los patos) y de pronto, y apoyada en un alambrado que nos
separa de otro campo anexo, Pilar comienza a llamar a viva voz: “Arethaaaa,
Arethaaaaa”. Kike y yo nos miramos algo extrañados. “Es que estoy llamando a
Aretha, la única oveja negra que tengo y que es tan lista que por eso le puse
este nombre, en honor a Aretha Franklin, la extraordinaria cantante negra de
soul y gospel. Pero se ve que hoy no quiere presentarse”, dice socarronamente la
anfitriona.
La última parada antes de visitar la bodega es en su huerta. Allí,
rojas como un sol al atardecer, brillan sus fresas. Pilar arranca unas pocas y
nos invita a probarlas. Dulces, deliciosas, casi se deshacen en la boca sin
apenas tener que morderlas. Esta exquisitez frutal tiene su origen en unas
semillas originarias de Francia y que se cultivan allí desde el siglo
diecinueve… Pero ésta es otra historia.
Vamos dejando atrás los viñedos y Pilar reflexiona en voz alta. “Aquí
se hace el vino con las vísceras, es decir, con el corazón, con las tripas. No
lo hacemos solo con la cabeza”, apunta.
Ya en la bodega, limpísima, pequeña, en consonancia con el hacer
ecológico de Pilar (suelo antibacteriano, pintura al agua, no se utiliza
detergente alguno, etc.), observamos seis cubas de acero que podrían contener
en su totalidad 35.000 litros. Pilar
vuelve a sacar su ocurrente lado andaluz. “Ufff, no creo que llegue a ver tanto
vino en estas cubas”, exclama.
A Pita Cega |
Aquí, con una tecnología de última generación, Pilar nos explica cada
proceso de elaboración de su vino y es aquí, precisamente donde ella pone más
mimo. “Cada día, a las cinco de la mañana estoy aquí controlando las
temperaturas y el estado de la fermentación. Es como cuando tenía a mis hijos
pequeños y me levantaba a ver si estaban todos bien”, discurre. El mismo amor
silencioso, pensamos.
Apenas tres botellas le quedan en bodega. Todas ellas también
fabricadas de material reciclado, igual que el corcho, y sin papel en las
etiquetas, cuyo nombre, A Pita Cega, escribe a mano, una a una, ella misma.
Aunque insistimos en que no lo haga, al ver tanta escasez de vino,
Pilar abre una botella para nosotros. Lo sentimos como un homenaje cálido.
Fresco, aromático, con un toque de mineralidad y un punto seco, se nos hace
goloso en la boca.
Pero no pretendemos hacer su cata, que ya la hizo nuestro
buen amigo, el sumiller Juan Ignacio Ayerbe. Solo apuntamos que es un vino que
tienta a seguir bebiéndolo. Y lo hacemos con Pilar, en el salón de su casa,
discurriendo acerca de su pequeña gran historia personal, como diría el
escritor Carlos Castaneda.
Hacedora de un vino singular, encantadora como anfitriona, divertida y
con gran pasión por lo que hace, nos despedimos de Pilar, totalmente
convencidos de que la magia existe en estas tierras de Ourense.
Estoy de acuerdo con todo lo descrito en este artículo. Sólo me opondría a llamarlo magía. La producción de un vino biodinámico es un trabajo laborioso y arriesgado. Este vino está hecho a base de know-how, dolores de espalda y mucho corazón. Cada trago del vino sabe a estas cosas. Y a mucho más.
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